Siempre es difícil tomar decisiones, por estúpidas que sean. Desde cortarte el pelo, hacerte un tatuaje o
aprender un nuevo idioma, nos vemos siempre atormentados por la acojonante
atractividad de la opción desechada, frente a la monotonía y aparente
inutilidad de la que nosotros elegimos. Hice bien? Hice mal? La mayor parte de
las veces no importa, pues son asuntos sin importancia.
Pero hay veces, sólo
unas pocas, en las que las decisiones que debemos afrontar marcarán tu vida de
alguna u otra manera.
Esta es la historia de cómo el universo, en su hijoputismo
más exagerado, te obliga a tomar una de esas decisiones, de las importantes , cuando
calzas sólo 17 años. Ésta es la historia de cómo me equivoqué para acertar, de
la gran suerte de no tener las cosas claras.
Te encuentras en primero de Bachiller, sin saber lo que
quieres hacer de tu vida. Entre coqueteos con el alcohol y escarceos nocturnos
los estudios no son muy importantes para alguien que no tiene las cosas
demasiado claras. La selectividad parece lejana y difusa, y a ti te la sopla
todo.
De repente, un poco por presión social un poco por ganas, estudiar
medicina se convierte en un objetivo fundamental, algo que de verdad te motiva,
y peleas por ello. Estudias al máximo, lo das todo.
Pero no es suficiente.
El
primer año de vagancia pasa factura y te das de bruces con tu mayor enemigo en
estos casos: “LA NOTA DE CORTE!!” (leer con voz chunguérrima).
El caso es que, después de bombardear a todas las
universidades habidas y por haber con solicitudes olvidadas , y no recibir más
que palos, asumes que ese “sueño” (por llamarlo de alguna manera) no es
posible.
Y cuál es el paso natural? Si medicina no
>>>Enfermería.
Debe de ser el peor cliché que arrastra nuestra profesión, y
sí, fue mi caso al principio. En un primer momento, mientras rellenaba la
solicitud, el apelativo “médico frustrado” revoloteaba sobre mi mente y se
cagaba en mi cabeza.
Me pasé ese verano pensando en la decisión que tomé: “Habré
hecho lo correcto?” “Me arrepentiré y lo dejaré al primer año?”
Y te acojonas.
Te acojonas porque coño, es tu vida, es a lo que te vas a
dedicar la mayor parte de la misma.
Pero ocurrió algo maravilloso.
Y lo que ocurrió fue que entré en la Escuela de Enfermería,
y descubrí una profesión espectacular,
una vocación que seguir , algo sumamente gratificante y enriquecedor a todos
los niveles. Y lo mejor de todo, conocí a una colección de personas
ESPECTACULAR.
Descubrí el gran error que hubiese sido estudiar medicina, y
la fortuna que tuve de terminar entre controles, medicación, sueros, quejas,
maquinitas pitando, personas y experiencias acojonantes.
Y, como quien no quiere la cosa, la vagancia y el destino me
guiaron hacia lo que realmente me gusta. Porque la suerte es tan puta, que viene
cuando menos te lo esperas, disfrazando las oportunidades de ostias.